Extraño diciembre sin profecías mayas
en el que me dejo azotar por la sinrazón
de un destino que, como decía la canción,
primero nos da champán y después cazalla.
A menudo el desasosiego me atenaza,
me deja inmóvil al borde del mismo abismo
donde discuto conmigo mismo,
cuando cada mañana es otra amenaza.
Y en el lugar donde siempre coinciden
los puntos muertos de nuestra existencia,
donde anidan las emociones de la primavera
me reencuentro con aquellos que nada piden
y tanto dan, brindando por la insolencia
de encajar los golpes a mi manera.