En la búsqueda infinita de mi utopía,
donde las hadas no me suelen visitar,
endurece el pan nuestro de cada día
y hasta el olvido se olvida de olvidar.
Convoco al Sanedrín de mis miserias.
El fuego fatuo de otro gris atardecer
acompaña la danza de mis histerias,
la inmundicia del presente del verbo ser.
Y así, cultivando los crisantemos
del jardín donde mueren los sueños,
sueño que aún alguien cree en mí.
Y allí, en el "ni he, ni has, pero hemos",
los grandes males son más pequeños
y se hace menos duro poder dormir.
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